El iceberg

Recopilar la información que se necesite, sacarla de las fuentes, volcarla en la misma báscula y dejar que se congele.

De este modo la solución aparece sola. Es la receta de la intuición espontánea: dejar que la destilación de los fluidos que nos motivan o preocupan se compriman en un polo.

Al quedar toda duda racional resuelta el mar entra en calma y el ibeberg sólo tiene que mostrar su punta, sin demostrar ya nada.

Entonces ese pincho de hielo puede ponernos en marcha.

Hará de detonador, de vivora en el culo con el veneno que nos recuerde que si somos conscientes del tiempo es que lo gastamos mal.

Pero tenemos que olvidarnos de los cojines, eso es necesario.

Y luego, al poco de zarpar, hay que atreverse a soltar las manos y a dejarse guiar por nuestra brujúla, es por ello que bombea, se trata de nuestro motor: rendirnos a sus caprichos.

Es él quien sabe de qué va nuestra película.